martes, 5 de mayo de 2009

"If I thought this table was mine and someone took it away by force, well, I would still think it's mine"

Atardecer. Se ve el mar desde el "Falafel place" donde estamos cenando. El restaurante está lleno y no porque haya mucha gente sino porque es pequeño y los veintitantos estudiantes de la Uni que estamos allí bastamos para que el lugar esté a rebosar y parezca un día de fiesta. Hace calor, varios árabes sentados fuera dejan de lado sus conversaciones para enterarse de lo que pasa dentro. La estampa es la siguiente: Todas las mesas llenas y en medio, de pie y golpeando una de ellas, un hombre de unos sesenta años, árabe israelí, fuerte y de buena presencia.

"If I thought this table was mine and someone took it from me by force I would still think that the table is mine", nos traduce una compañera palestina. En una frase acaba de resumir una parte del conflicto. Yussuf, que es el padre del dueño del restaurante, vuelve a golpear la mesa y a repetir lo mismo en árabe. Quiere que entendamos. Él es árabe israelí, no palestino, pero siente impotencia ante el hecho de que la creación del Esatado de Israel significó que cientos de pueblos árabes desaparecieron bajo escombros y miles de habitantes se convirtieron en refugiados. Nos dice que es difícil posicionarse a un lado u otro dentro del marco del conflicto. Las cosas no son blancas o negras y muchas veces los detalles de cada experiencia personal son los que marcan la diferencia.
Las ruinas de antiguos pueblos árabes forman parte del paisaje de Israel y es la única prueba material de que esa tierra era suya cuando tuvieron que irse durante la guerra del 48.

Estoy con mi clase en una "field trip", cerca de Haifa. Nuestra profesora quiere que analicemos en primera persona la importancia del paisaje en las memorias colectivas de israelís y palestinos. Durante la guerra de 1948, centenares de poblaciones árabes fueron destruidas completamente y sus habitantes se convirtieron en los primeros refugiados palestinos. Israel ganó la guerra y comenzó su proceso de "Judeización" del nuevo Estado de Israel. Judíos venidos de Europa y supervivientes del Holocausto fueron recolocados, en muchas ocasiones, en antiguos pueblos árabes, en las casas y las tierras que habían pertenecido a esos ahora nuevos refugiados palestinos. Otras veces, sencillamente se plantaron árboles para ocultar cualquier elemento palestino susceptible de convertirse en un símbolo de resistencia al nuevo status quo. Cementerios, campos de batalla, pueblos enteros...sepultados bajo bosques inmensos.

Con el tiempo y los cambios en la situción política y militar, como fue la apertura de fronteras tras la guerra del 67 entre Jordania e Israel, muchos refugiados pudieron aunque sea visitar esos lugares que habían sido su hogar hace no tanto tiempo. Esta práctica se convirtió en una especie de peregrinación para los palestinos, más aún para los que no son ciudadanos israelíes y les es más complicado venir a visitar sus ex-tierras. Pasear, recordar, explicar a sus hijos y nietos, recoger plantas y tierra...todo un ritual. No puede ser de otro modo si lo único que te queda de tu pasado son ruinas. Para reconstruir tu identidad, necesitas un espacio que materialice esa realidad, de ahí el conflicto que existe entre las memorias colectivas de palestinos e israelíes y la gran conexión que esto tiene con el paisaje, con lo que queda de ello, mejor dicho.
Nuestro conductor de autobús le pregunta a Yussuf, por qué no han intentado reconstruir la mezquita de Al-Sarafand, un pueblo árabe que ya no existe porque fue completamente destruido durante la guerra del 48 y que está muy cerca de donde estamos. No nos dejan, responde Yussuf. Cosa que es cierta porque ya lo intentaron desde la organización Muslim Movement en los años 90 y alguien volvió a destruirla y a dejarla en ruinas. Aun así, nos cuenta Yussuf, todos los viernes se reunen varios hombres y rezan allí, en las ruinas de la mezquita.


Se remanga la camisa y nos enseña el número tatuado en el brazo izquierdo

Primero visitamos Kerem HaMaharal, un pequeño pueblecito que antes de la guerra del 48 había sido completamente árabe. Nuestra profesora nos explica que todavía quedan ruinas de la Mezquita, y que algunas de las casas conservan las mismas piedras que una vez alojaron a familias árabes pero que ahora están habitadas por judíos israelíes, gran parte de ellos venidos desde Checoslovaquia. Nos dividimos en grupos y en poco tiempo damos con una casa de aspecto antiguo, llamamos al timbre y bingo! Nos abre la puerta un matrimonio anciano. Nunca he visto tantas ganas de vivir en unos ojos tan mayores.
El marido, Arje, nos hace pasar, nos sentamos en la sala y tras contarle que venimos a escuchar la historia de los primeros judíos que llegaron a este pueblo, nos dice que él lleva en esa casa desde 1950. Suficiente. Acto seguido, se remanga la camisa y nos enseña el número tatuado en el brazo izquierdo. Superviviente de Auschwitz. Se nos hace un nudo en la garganta. Pero Arje y su mujer Lea, empiezan a contarnos cómo llegaron a Israel y cómo sobrevivieron el Holocausto. Arje pasó de campo de concentración en campo de concentración sin ser enviado a la cámara de gas gracias a que sus conocimientos de agricultura y ganadería parecieron ser lo suficientemente importantes para los Nazis como para permitirle a él y a su padre pasar selección tras selección. Y Lea, escondida en Francia, cambió de lugar cada poco porque los Nazis la perseguían. Pero al final, llegaron a Israel. Arje luchó en el 48 y luego se asentó en Kerem HaMaharal con Lea. Que menos que merecerse una vida tranquila después de todos esos horrores.
Pero, ¿qué pasa con las familias árabes exiliadas que vivían en esas casas?Pues que siguen siendo refugiados o que con suerte pudieron rehacer su vida en Israel, en algún otro lugar. Este es el caso de Yussuf, el padre del dueño del restaurante donde vamos a continuación a comer y a que nos cuente su experiencia. Por supuesto que les gustaría poder recuperar y reconstruir lo que fue suyo y que todavía hoy siguen sintiendo como suyo. Pero no es tan fácil. Otra gente, israelíes, viven y trabajan en esas tierras, y está claro que cualquier atisbo de reclamación por parte de palestinos se interpreta como una amenaza.
Los nombres árabes han desaparecido para dar paso a carteles y señales de tráfico que indican las direcciones con los nuevos nombres de los lugares en hebreo. Todo lo necesario para que la otra cara de la misma moneda, los que perdieron la guerra del 48, no cuenten con un espacio donde materializarse. Pero la memoria es importante, muy importante. Y si no hay forma de integrar las dos, la israelí y la palestina, si no pueden compartir un pasado, dificilmente se podrá convivir en el futuro.

2 comentarios:

  1. A ti sí que es un auténtico placer leerte y poder acercarme a una realidad tan desconocida. Yo reconozco que estoy muy perezosa con el blog, pero se agradecen mucho tus comentarios. Ojalá algún día podamos charlar un rato y compartir experiencias. Un beso fuerte y no dejes de escribir!

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  2. Excelente descripción que es capaz de explicar tantas cosas... ¡Enhorabunea!

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